Discos viejos

miércoles, 19 de agosto de 2009

Gardel por Ferrer.




"Gardel canta tangos como si fueran 'lieders' de Schubert, pero con ademán anticortesano, sacudiéndose del canto la parada solemne y hermoseando las orejas del alma de su pueblo con un academicismo que hace festivales de Salzburgo en los boliches y llevará el canto de la esquina a la Ópera de Paris....

Gardel sabe atacar una frase en ciclón sinfónico, y ocho compases después afinar pianísimos como de armónicos de guitarra pulsada en una hornacina.

Y en el medio se asombra, se ríe, ora, embiste, calla, se conmueve, compadrea, se apiada, guiña, solloza o piropea girando el dial entero de los climas y modulando a tonos interiores de todo el espectro tonal de lo humano, instrumento absoluto del genio del aire que acompasamos entre casi todos y él resume en la fórmula mágica de su canto....

No es cantor de cantar con la boca abierta, y sepulta para siempre a los boca abierta, entrecerrando él la boca y mandando el Tango por el sigilo brujo y navajero del entrediente. Poniendo al Tango en el filo de la dentadura, allí por donde se resuelve por lo enigmático de la expresión lo que se da y lo que se reserva....

Gardel le desentierra al Tango lo más recóndito de su entraña congénitamente barroca, redimiéndolo del cupletismo apicarado e insustancial del 900, para ratificarlo en su naturaleza rotunda de cosa espesa que aunque entretenga y divierta, ni se toca ni se canta para entretener ni para divertir, sino para palpitarse qué hay de cósmico en el sótano de la condición humana bajo el signo de la Cruz del Sur.

Con su adolescencia vivida en la atmósfera crepuscular medio zarzuelera y medio victoriana de un siglo que se va tardíamente al mazo entre 1914 y 1918, Gardel tiene la clarividencia de hacerle caso a su espíritu, a su instinto y a su gusto de varón muy siglo XX.

Así, mientras sus coetáneos del canto criollo y la guitarra se quedan como presos en daguerrotipos con actitudes patilludas, y el calzoncillo largo les asoma por abajo de la botamanga de la manera personal, y hay rumor de bigoteras hasta en sus discos, Gardel barrunta que todo aquello agoniza y marcha a la vinagreta, y empieza por alborotar con sonrisas una época de retratos cariacontecidos....

Pero vestido de calle, con apero criollo o pilcha de etiqueta, con sombrero y sin sombrero, Gardel tiene el aire del hombre moderno. Y es moderno en la Buenos Aires de los Podestá y en la de Roberto Arlt, y es moderno en el Paris de Le Corbusier y en la Nueva York de Bing Crosby, con un modernismo de adentro para afuera que, cuarenta y cincuenta años después de enterrado, le salvaguardará de ser otro cuadro de salita de tía vieja con flecos y madroños, al plano intacto de su jeta soberbia y reactualizada.

Gardel tiene su usina de remozamiento en la calidad del alma. Vive y canta en estado de diablura innovadora, con su diablo santificado por la belleza, y todo lo que va logrando con su vida y con su canto ya está impregnado del tiempo que vendrá....

Gardel viviente y presagiador, adelantado siempre como precursor también de adelantamientos que no verá, ha ido tramando un enorme tapiz donde se aclara para los tiempos su imagen absoluta.... en la que, persona y obra, gracia y misterio de lo infinitamente iluminado, nos es dado escuchar y contemplar al más grande artista surgido en el hemisferio sur."



Fuente: "Moriré en Buenos Aires - Vida y Obra de HORACIO FERRER - Antología de sus tangos, su teatro lírico, su poesía, su prosa. 1951-1991", Manrique Zago Ediciones, Tomo III, páginas 198 a 202.

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