Discos viejos

Mostrando entradas con la etiqueta crónicas y relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta crónicas y relatos. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de enero de 2009

Sábato y "la argentinidad del tango"


"Los millones de inmigrantes que se precipitaron sobre este país en menos de cien años, no sólo engendraron dos atributos del nuevo argentino, que son el resentimiento y la tristeza, sino que prepararon el advenimiento del fenómeno más original del Plata: el tango. Este baile ha sido sucesivamente reprobado, ensalzado, satirizado y analizado, pero Enrique Santos Discépolo, su creador máximo, da lo que yo creo la definición más entrañable y exacta: Es un pensamiento triste que se baila.

Carlos Ibarguren afirma que el tango no es argentino, que es simplemente un producto híbrido del arrabal porteño. Esta afirmación no define correctamente al tango, pero lo define bien a Carlos Ibarguren. Es claro: tan doloroso fue para el gringo soportar el rencor del criollo como para éste ver a su patria invadida por gente extraña, entrando a saco en su territorio y haciendo a menudo lo que André Gide dice que la gente hace en los hoteles: limpiándose los zapatos con las cortinas.

Pero los sentimientos genuinos no son una garantía de razonamientos genuinos sino, más bien, un motivo de cuarentena; un marido engañado no es la persona en mejores condiciones para juzgar los méritos del amante de su mujer. Cuando Ibarguren sostiene que el tango no es argentino y sí, un mero producto del mestizaje, está diciendo una considerable parte de verdad, pero está deformando el resto de la pasión que lo perturba. Porque si es cierto que el tango es un producto del hibridaje, es falso que no sea argentino, ya que para bien o para mal, no hay pueblos platónicamente puros, y la Argentina de hoy es el resultado -muchas veces calamitoso, es verdad- de sucesivas invasiones, empezando por la que llevó a cabo la familia de Carlos Ibarguren a quien, qué duda cabe, los Cafulcurá deben mirar como a un intruso y cuyas opiniones deben considerar como típicas de un pampeano improvisado.

Negar la argentinidad del tango, es un acto tan patéticamente suicida como negar la existencia de Buenos Aires. La tesis autista de Ibarguren aboliría de un saque al puerto de nuestra Capital, sus rascacielos, la industria nacional, sus toros de raza y su poderío cerealista. Tampoco habría gobierno, ya que nuestros presidentes y gobernadores tienen la inclinación a ser meros hijos de italianos o vascos o productos tan híbridos como el propio tango. Pero qué digo: ni siquiera el nacionalismo soportaría la hecatombre pues habría que sacrificar a los Scalabrini y los Mosconi.".

Párrafo extraído del libro "Tango, discusión y clave" de Ernesto Sábato, que fuera publicado por el mismo escritor en el volumen 3 de "el Diario del TANGO", suplemento anexo a la edición 1008 de la Revista Noticias.








Algunos datos de importancia:
Ernesto Sábato: Reconocido escritos argentino, nadido en la, provincia de Buenos Aires, en 1911. Hizo su doctorado en física y cursos de filosofía en la Universidad de La Plata. Trabajó luego en el Laboratorio Curie, en París, y abandonó definitivamente la ciencia en 1945 para dedicarse exclusivamente a la literatura. Ha escrito varios libros de ensayos sobre el hombre en la crisis de nuestro tiempo y sobre el sentido de la actividad literaria -El escritor y sus fantasmas (1963), Apologías y rechazos (1979)-, y tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961), y Abbadón el exterminador (1974). (Fuente: http://www.literatura.org/).
Tango, discusión y clave: Ensayo publicado por Sábato en el año 1963. Editorial Losada.
Carlos Ibarguren: Escritor, historiador y jurisconsulto argentino (1877-1956), interesado por el estudio y la práctica de todas las disciplinas humanísticas; cursó estudios superiores de Derecho, pero se especializó también en la investigación histórica del pasado argentino. En su faceta de escritor, Carlos Ibarguren cultivó el género ensayístico, ocupándose de la recuperación y el estudio del pasado reciente de su pueblo.
André Gide: Escritor francés (1869-1951).

Cafulcurá: Cacique araucano. Líder de uno de los pueblos que habitaron originariamente este país, que resistió la conquista de sus tierras, en la pampa argentina, por los "blancos".



sábado, 15 de noviembre de 2008

Tango y encanto de ser argentinos

Me gustaría compartir con quienes siguen este blog un párrafo escrito por el escritor argentino Marcos Aguinis. Había pensado realizar algún comentario en relación a este texto en el que Aguinis explica la influencia del tango en la personalidad de los argentinos (¿o de los argentinos en la esencia del tango?) y la evolución de este género musical en consonancia con los hechos que construyeron la historia de Argentina pero, desde mi humilde punto de vista, su descripción es tan maravillosamente genial, que consideré más conveniente su transcripción:
"El tango interactuó con nuestra mentalidad; le dimos y nos dio: tics, filosofía, crítica, ironía, prejuicio y amarga belleza. Es un género musical, literario y para bailar nacido en las orillas del Río de la Plata, desde donde se expandió al mundo con la fuerza de un maremoto en los comienzos del siglo XX. Disputamos su origen con Uruguay, pero Uruguay y Argentina conformaron durante siglos un solo país y el debate no tiene mayor sentido. Convengamos que es rioplatense, porteño, y que se volvió tanto uruguayo como argentino. Quizás por nuestro mayor tamaño de país se lo empezó a llamar tango argentino.
Generó cultores que le proveyeron brillo y variedad. Modeló amplios retazos del alma colectiva con los sucesivos personajes que se formaban en el devenir nacional. Deambuló por los arrabales, ingresó en los salones, accedió a los filmes y conquistó el gusto de la gente como un hermano gemelo del jazz. Jazz y tango, en la primera mitad del siglo XX, tenían sabor a verdad. Ambos se levantaron del barro y de un dolor tan profundo que dejaba sin aliento.

Se expandió rápido y prevaleció junto al vals, el jazz y el bolero. Pero nunca dejó de ser un género reo y descarnado. Cada tanto amenazaba languidecer. Sus innovaciones fueron tomadas como síntomas del fin. La consagrada Guardia Vieja resistió a músicos profesionales como Osvaldo Fresedo y Osvaldo Pugliese. El cine sonoro le hizo competencia con los ritmos llegados del norte. Pero siguió vivito y coleando hasta alcanzar su auge por los años 40 y 50. En los 60 lo avasallaron el twist, el rock y la moda hippy. Se encogió a las dimensiones de los túrbidos comienzos y volvió a funcionar como un producto clandestino que sólo apreciaban los iniciados. Mientras en la superficie se decretaba su extinción, el tango sobrevivía en las meditabundas catacumbas gracias al empeño de músicos, cantores y danzarines trasnochados. Como detalle curioso de una gloria tirada al piso, se comentaba su inexplicable popularidad en Japón, las referencias en películas extranjeras y el aprecio que se ganaba un compositor en el exilio llamado Astor Piazzolla quien, se decía, no componía tangos de verdad.
Recién en los 80, asociado con la recuperación de la democracia, el tenaz género volvió a resurgir. Pero cambiado, estilizado. La ausencia del sol le había tersado la piel. No obstante, continuaba manteniendo una inconfundible originalidad, así como su sello rioplantense. Ahora es enseñado en ciudades grandes y pequeñas de remotos países, y muchos admiradores que ni siquiera captan su letra de insolente filosofía aterrizan en Buenos Aires para disfrutarlo de cerca, como si peregrinasen a un santuario. Hasta Hollywood volvio a respetarlo: Al Pacino lo baila en Perfume de mujer, Schwarzenegger en Mentiras verdaderas y, además, resuena en La lista de Schindler y en 12 monos.
Aunque los argentinos ya no lo cantamos ni memorizamos con la fruición de otra época (casi dejamos de cantar), ni lo silbamos bajito con las manos en los bolsillos, ni lo bailamos con frecuencia y destreza (unos pocos, sin embargo, lo hacen mejor, estimulados por las acrobáticas coreografías que se han ganado la admiración de cinco continentes), el tango brinda elocuentes indicios sobre nuestra mentalidad. Sobre el atroz encanto de ser argentinos. Expresa rencor, miedo, tristeza, picardía". ("El atroz encanto de ser argentinos", Marcos Aguinis, Editorial Planeta, Año 2001, páginas 49/51).
Lo único que me atrevo a agregar es que, en años más recientes, el tango viene ganando un espacio cada vez mayor en los medios de comunicación, en las academias de baile, en los espectáculos musicales, etc. Probablemente, la identificación que se efectúa fuera del país, del tango con la Argentina misma, nos haya empujado a muchos a escudriñar en este género que nos representa en el mundo y que, en algún momento, fue patrimonio casi exclusivo de la generación de mayor edad. De seguro que su inclusión en películas llegadas de Hollywood, protagonizadas por íconos de la cinematografía actual, populares, taquilleras y premiadas, también alertó a los argentinos sobre la "modernidad" y "glamour" de conocer sobre tango. Los certámenes de baile televisivos, con formatos similares en distintos países, también incorporaron a este género para evaluar la destreza de sus concursantes, Ya no se trata, entonces, de una danza en desuso, de una melodía antigua o un cantante decrépito. Los jóvenes se acercan e interesan, cada vez más por el tango; ya no está circunscripto a un determinado grupo social o etáreo, sino que se perfila, cada vez más, como un fenómeno casi masivo.
Volveré, en más de una oportunidad, a compartir párrafos de este libro ya que me encanta el tratamiento que su autor proporciona a la temática del tango.

viernes, 24 de octubre de 2008

Piazzolla por Piazzolla

"El primer bandoneón que tuve me lo regaló mi papá cuando tenía seis años. Lo trajo envuelto en una caja; yo me alegré, creí que eran los patines que le había pedido tantas veces. Fue una decepción. En lugar de los patines, me encontré con un aparato que nunca había visto en mi vida. Papá me sentó en una silla, lo puso sobre mis piernas y me dijo: 'Astor, éste es el instrumento del tango, quiero que aprendas a tocarlo'. Ya mayorcito, cuando mi familia volvió a Mar del Plata, me regaló un 'Doble A', que compró en la casa Emilio Pitzer en Buenos Aires. Le costó 300 pesos, y para mí fue como pasar de un piano vertical a uno de cola. Ya me calentaba, gozaba el tango y el bandoneón. El tango tuvo grandes bandoneonistas. Hay un estilo Maffia y un estilo Láurenz. Uno es más intimista; el otro, más desbordante. El gordo Troilo fue otra cosa, no era deslumbrante, pero sí un intérprete maravilloso, me hacía caer las medias tocando dos notas incomparables. En materia de técnica también está Minotto, y posiblemente el más grande de todos nosotros, aunque desconocido por el gran público: se llama Roberto Di Filippo. En la primera línea no puede faltar Leopoldo Federico, el mejor de todos en esta época. En la generación posterior hay dos muy buenos: Dino Saluzzi y Néstor Marconi.
Yo soy distinto a todos. No digo ni mejor ni peor que Troilo o Federico. No. Lo que no tiene nadie es mi 'touche'; esto quiere decir que alguno me puede superar, o no; de lo que estoy seguro es de que como Piazzolla no puede tocar ninguno.

El bandoneón de Troilo, que me regaló Zita, su mujer, no es tocable, por lo menos para mí. Es como el auto que maneja una tía a cuarenta por hora. Si uno se lo pide prestado y lo acelera, el auto se ahoga. lo mismo me pasa con el 'fueye' del gordo; lo tengo que tocar como él, suavemente, casi una caricia. Y yo no acaricio nada. Mis cinco dedos son una ametralladora. Las veces que lo usé en público se me pinchó a los dos minutos, y será así hasta el día del juicio final; está achanchado para toda la vida. Debe ser una maldición de Troilo: nadie podrá tocar ese instrumento. Por supuesto, lo guardo como una reliquia. Hay dos instrumentos que no dejaría por nada del mundo: el primero que me regaló mi papá, que lo tiene uno de mis nietos, el hijo de Daniel, y ése de Troilo". Fdo: Astor Piazzolla.

Nota publicada en "El Diario del Tango", editado por Revista Noticias, Clásicos Argentinos N° 2

Madame Ivonne


La letra de este tango (que se remonta al año 1933) es de Domingo Enrique Cadícamo y la música de Eduardo Gregorio Pereyra.

Madame Ivonne fue la última grabación que Carlos Gardel realizara en la ciudad de Buenos Aires, con sus guitarristas Pettorossi, Barbieri, Riverol y Vivas, antes de partir rumbo a Europa.
Julio Sosa grabó, en el año 1962, una de las versiones más conocidas de este tango, haciéndolo acompañado por la orquesta de Leopoldo Federico. Sosa comenzaba la mencionada grabación (que efectuara para la compañía discográfica CBS), con tal recitado introductorio: "Ivonne, yo te conocí en el viejo Montmartre, cuando el cascabel de plata de tu risa era un refugio para nuestra bohemia, y tu cansancio y su anemia no se dibujaban aún detrás de tus ojeras violetas... Yo te conocí cuando el amor te iluminaba por dentro, y te adoré de lejos sin que lo supieras y sin pensar que confesándote este amor podía haberte salvado... Te conocí cuando era yo un estudiante de bolsillos flacos y el París nocturno de entonces lanzaba al espacio, en una cascada de luces, el efímero reinado de tu nombre... Mademoiselle Ivonne...".

Hay quienes afirman que Ivonne era, en la vida real, la dueña de una pensión barata en Montevideo, en la que se alojaba el compositor Eduardo Pereyra (autor de la música de este tango).