Discos viejos

miércoles, 14 de enero de 2009

Recordando a D'Arienzo.

Juan D'Arienzo nació el 14 de diciembre de 1900, en Buenos Aires, en el seno de una modesta familia italiana. Decidió ser músico y eligió el violín. Su debut profesional se produjo en 1911, en el Teatro Guignol, en el Jardín Zoológico, integrando un trío infantil, junto con Angel D'Agostino al piano (otro personaje que se haría popular) y Ennio Bolognini en el cello (uno de los más prestigiosos músicos argentinos, luego dedicado a la música clásica).

Su historia personal se desarrolló en escenarios que sirven de referentes para dibujar Buenos Aires, en medio del misterio con el que nacía el tango.


Tocó en cines, en la era del cine mudo; luego le llegó el turno a su actuación en los cabarets, y antes de cumplir 25 años ya había pasado por los más importantes de entonces. Solía recordar como una "época linda" aquella en la que, siendo un joven violinista tocaba en las llamadas "casas de baile", reductos severos dedicados a todo tipo de menesteres, donde solían reunirse, en aventuras clandestinas, integrantes de la clase alta.

Fue, también, un exitoso compositor de algunas melodías pegadizas, como "Paciencia", "El vino triste", "Bien pulenta", "Si la llegaran a ver", "Bailate un tango, Ricardo".


Amigo de Carlos Gardel, de Enrique Santos Discépolo, de Tania. Tenía devoción por las carreras de caballos y presenció el debut del mítico pura sangre Lunático, propiedad del Zorzal, montado por Leguizamo.


Se le conoció una fobia: la de los vuelos. Jamás subió a un avión y descartó millonarios ofrecimientos de giras para quedarse en tierra firme. Recordaba que Gardel le había hablado, en una ocasión, del presentimiento de su muerte en el marco de los frecuentes vuelos que debía realizar. Después de la catástrofe de Medellín su trauma se agudizó.


Se consideró siempre un sentimental, un agradecido a la adhesión incondicional de los tangueros, sobre todo de los bailarines. Hasta sus últimos tiempos lucía flaco, esbelto, con una pícara sonrisa que le adornaba su rostro, peinado a la gomina.


Mantuvo su notoriedad intacta con su presencia en la incipiente televisión, medio de difusión que resaltó su labor hasta su muerte, y desplegó en este medio, sus dotes de showman. Adoptaba una pose directriz con ademán severo, reconcentrado, con dedos rígidos que parecían obviar las partituras, encorvado, siguiendo los ademanes del cantor de turno. A la vez, planteando, de ese modo, un diálogo mudo, sin palabras, como si también el tango -en el más puro estilo D'Arienzo- fuera alegría y divertimento.


Tuvo montañas de seguidores y admiradores, entre los que se contaba Bing Crosby. Su versión de "La cumparsita", a lo largo de 36 reediciones, vendió 18 millones de placas, en una Argentina de 20 millones de habitantes.


El secreto de D'Arienzo residía en la alegría. Desmitificó el tango triste, y su música no lo es; tampoco es sentimental o profunda; contagia la alegría del baile.


Dueño de una vitalidad contagiosa, decía que una orquesta debía tener vida, y se esmeraba en contagiarles a sus músicos fuerza y carácter.


Le gustaba definirse como un gran optimista, como un tipo alegre, amigo de sus amigos, y se jactaba de que Juan Domingo Perón fuera uno de ellos. El juego fue su gran pasión; cuando se cansó de perder fortunas en las carreras de caballos, se dedicó a la ruleta.


El tango, como género, tuvo un duro traspié tras la muerte de Gardel; en esa circunstancia, apareció en la escena de la todavía incipiente radiofonía, una orquesta distinta, comandada por un violinista con alguna trayectoria: Juan D'Arienzo. Sorprendió gratamente al público con una marcación dura, acentuada uniformemente en cuatro tiempos para cada compás, con el aditamento de nerviosos "rellenos" de piano en las pausas de las melodías. Tal estilo musical hizo que se lo bautizara "El rey del compás". Así, produjo una revolución que devolvió el protagonismo del baile, al género. Recicló la velocidad de tangos primitivos, algunos de ellos, bellísimos y abandonados, a los que dio vitalidad y sentido popular. Abandonó el violín por la batuta y enfatizó ese estilo nervioso y agresivo que deslumbró a las nuevas generaciones, obligando a otros músicos a ejecuciones en tiempos más acotados, de tipo milonguero.


Juan D'Arienzo murió el 14 de enero de 1976.







(Extraído de "Tango de colección", volumen 14, Clarín).

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